En ese ejercicio de la observación que se hace más propicio los domingos después de ordenar la casa, voy al encuentro de mis nuevos retratados. Como ya lograran antes otros especímenes, estos jínjoles me retrotraen a la mirada del pintor Alejandro Franco y me pregunto cómo serían inmortalizados por él.
A mi alcance sólo queda una cámara y la esperanza de unos cuantos ceros y unos adecuadamente combinados, de modo que los jínjoles pervivan en un archivo jpg suplantando, así, el deseo subconsciente de agarrar un pincel con los complejos de mis siete años de edad y entregarme por siempre a la acuarela.