Medianoche, observo el hipnótico movimiento de las olas que se desvanecen en la orilla. Se suceden con una distancia de apenas metro y medio, la ondulación y su rumor son leves pero continuados.
Esa energía incesante me hace pensar en qué suerte de fenómenos se desencadenan a cientos de millas más allá para que el mar adopte aquí esta forma. Un iceberg que se desprende a la deriva en el Océano Antártico, el último tifón en las antípodas, los 45 grados al otro lado de la montaña. A todo ello asistimos, como ocurre con este baile circular de trillones de moléculas acuáticas que llamamos olas, sin entender su verdadera causa.