Parece que uno no puede no ser de su propio tiempo. Es decir, que sólo se puede ser “contemporáneo”. Algo así leo en unos viejos apuntes de Estética, de pronto sustituidos por un gran prospecto desplegable de pomada antiinflamatoria.
Media docena de picotazos y un zumbido alteran otra noche de calor y silencio. No puedo parar de rascar para tratar de aplacar un picor insomne y persecutorio, aliento de estas líneas desesperadas. Quizás ellas constaten por qué no puedo no ser de mi tiempo: he contraído el mal de contar lo que a nadie le importa.